Apu Chilche
En la historia de la antigua capital de los incas durante el siglo XVI las transformaciones de carácter histórico,
económico y socio cultural con
drásticos cambios de mando y
usufructo tuvo en la década del 30, la historia de un personaje ajeno a la elite inca
Apu Chilche mencionado tempranamente como paje del Sapa inca Huayna Capac, que tras la
llegada de los españoles ofreció incondicionalmente
sus servicios a la nueva casta de
gobernantes durante la rebelión de Manco
Inca, por cuyas acciones y méritos el
marqués Francisco Pizarro le puso su nombre y en su gratitud a su lealtad le otorgo
el Curacazgo del valle de Yucay,
siendo activo personaje de la nueva aristocracia
nativa en el Cusco de aquel entonces.
Para
este blog me he remitido en casi toda su integridad al estudio publicado en el año 2009 por el historiador peruano Luis Manuel Arana
Bustamante (Lima 1964), titulado: “Un
incidente en la vida de Francisco Chilche, Kuraka del valle de Yucay 1555” (1)
El estudio
se enfoca en un incidente en la vida de un kuraka temprano colonial en
Cuzco, antiguo paje de Francisco Pizarro y nombrado kuraka del valle del
Yucay, sucedido en las festividades de Corpus Christi en la década de 1550 y
que ha llegado hasta hoy narrado por el Inca Garcilaso de la Vega, que fue
testigo del mismo.
Allí
Chilche protagonizó un incidente ofensivo para la nobleza inka, que aquí
se interpreta como un intento de recordar a los españoles los servicios brindados
durante la conquista, tratando de revertir la disminución de su rol social y la
competencia con otros aspirantes a la posición de poder adjudicada por los
españoles en torno a las posesiones del valle de Yucay. En la interpretación se
hace un experimento en la aplicación de algunos métodos de análisis asociados a
la antropología histórica.
El Cusco incaico que fue galanamente rediseñado y mandado a ser reconstruido por
Pachacutec, embellecido por soberbios edificios por los incas
posteriores fue visto por los
europeos en toda su magnitud recién en
1533, hasta aquel entonces y
evitando dar detalles acerca de las
instituciones y las gentes que la
poblaban, mencionare que en razón de la crisis política agudizada por
las pugnas entre las panakas, sumado a
la llegada de los “Puka kunkas” , la fundación española de la ciudad el 23 de marzo de 1534, el inicio de la
rebelión de Manco Inca en mayo de 1536, entre los actores y personajes pasando por los incas nobles de la ciudad,
los numerosos yanas que también la habitaban y, los
advenedizos españoles acompañados de huestes auxiliares hicieron de esta ciudad materia de numerosos hechos
históricos, surgiendo la figura que
a continuación describo en las palabras de nuestro historiador citado:
Francisco
Chilche fue un indígena cañari —probablemente hijo de algún jefe étnico—incorporado
muy joven al Cuzco inka, según Garcilaso, como «paje» del Huayna Cápac
histórico.
Según
Diego de Trujillo, él dio el alcance a los españoles a su llegada al Cuzco en
1533 con tres indios cañarís y preguntó «cual es el capitán de los christianos»
(Trujillo, [1571]1948:63). Mostrándosele a Pizarro, le dijo «Yo te vengo a
servir y no negaré a los cristianos, hasta que muera», le presentó a Manco Inca,
y entró con él al Cuzco, estando acompañados de unos cincuenta indios cañaris y
chachapoyas (ídem). Luego, según su propia información de servicios
posterior, Chilche cumplió muy bien con labores militares tempranas contra el
ejército de Callcuchima, a quien, dijo allí, «...desparató y Vensia y fue en su
seguimiento hasta el valle de Xauxa...» y contra los Chupachus (Apéndice 1,
ff.7-7v de Heffernan, 1995).
El mayor
mérito sin embargo fue según lo cuenta Garcilaso en su SEGUNDA PARTE DE LOS COMENTARIOS REALES DE LOS INCAS, publicada en
1617 en Córdova con el título de HISTORIA
GENERAL DEL PERÚ.
CAPÍTULO XXV: Un milagro de Nuestra Señora
en favor de los cristianos, y una batalla singular de dos indios.
“Durante el cerco, pasados los cinco meses
de él, sucedió que un indio capitán, que se tenía por valiente, por animar a
los suyos, quiso tentar su fortuna, a ver si le iba mejor en batalla singular
que no en las comunes. Con esta presunción pidió licencia a los superiores para
ir a desafiar un Viracocha, y matarse con él uno a uno; y porque vió que los
españoles de a caballo peleaban con lanzas, llevó él la suya, y una hacha de
armas pequeña que llaman champi, y no quiso llevar otra arma. Así fué, y puesto
delante del cuerpo de guardia que los españoles siempre tenían en la plaza,
porque era junto a su alojamiento, habló a grandes voces, diciendo que si había
algún Viracocha que con él osase entrar en batalla singular, saliese del
escuadrón, que allí le esperaba con las armas que le veían. No hubo español que
quisiese salir al desafío por parecerles poquedad y bajeza reñir y matarse con
un indio solo. Entonces un indio cañari, de los nobles de su nación, que cuando
niño y muchacho había sido paje del gran Huayna Cápac y después fué criado del
Marqués Don Francisco Pizarro, que lo rindió en uno de los reencuentros
pasados, y por su amo se llamó Don Francisco, que yo conocí y dejé vivo en el
Cozco cuando vine a España, pidió licencia a Hernando Pizarro y Juan Pizarro y
a Gonzalo Pizarro, hermanos de su señor, y les dijo que pues aquel atrevido
venía de parte de los indios a desafiar a los viracochas, que él quería, como
criado de ellos, salir al desafío. Que les suplicaba lo permitiesen, que él
esperaba en la buena dicha de ellos volver con la victoria. Hernando Pizarro y
sus hermanos le agradecieron y estimaron su buen ánimo y dieron la licencia. El
cañari salió con las propias armas que él otro traía, y ambos pelearon mucho
espacio; llegaron tres o cuatro veces a los brazos, hasta luchar y, no pudiendo
derribarse, se soltaban y tomaban las armas, volvían de nuevo a la batalla. Así
anduvieron hasta que el cañari mató al otro de una lanzada que le dió por los
pechos y le cortó la cabeza y, asiéndola por los cabellos, se fué a los
españoles con ella, donde fué bien recibido, como su victoria lo merecía. El
Inca y los suyos quedaron extrañamente escandalizados de la victoria del cañari,
que si la ganara un español no la tuvieran en tanto; y por ser de un indio
vasallo de ellos, lo tomaron por malísimo agüero de su pretensión; y como ellos
eran tan agoreros, desmayaron tanto con este pronóstico, que de allí adelante
no hicieron en aquel cerco cosa de momento, si no fué la desgraciada muerte del
buen Juan Pizarro…”
Regresando al estudio de Arana Bustamante:
Ahora
bien, este episodio es digno de un análisis por sí mismo. Si lo pudiésemos efectuar
ahora quizá este artículo se hubiese titulado «Dos episodios en la vida de
Francisco Chilche...». Pero por el momento quizá sea posible interpretar algo del
razonamiento inka en este episodio temprano.Ya era visible entonces que
los extranjeros poseían mucho «mana», por emplear el término clásico, y por
tanto quizá no habría sido de extrañar demasiado para los inkas la victoria
en combate de uno de ellos. Pero la derrota de guerrero inka por un
«vasallo dellos», en términos de Garcilaso —es decir de un miembro de un pueblo
ya vencido por los inkas, e inferior en ese sentido— cortocircuitaba
este razonamiento. Era especialmente preocupante, pues
quizá significaba que los extranjeros eran inclusive capaces de trasmitir su
«mana» a un ser despreciable para los inkas o que ellos habían perdido el
suyo. Quizá de allí su lógica de interpretar como un pésimo pronóstico para ellos
el resultado del combate con el cañari.
Chilche
fue nombrado paje de Pizarro por dos años en el Cuzco, y el episodio del
combate debió ser considerado muy importante en el levantamiento del cerco por
los españoles —quizá también por la posterior actitud inka ante el
resultado—, pues la amistad de Chilche con Pizarro fue determinante, según Garcilaso,
en la nueva colaboración de los antiguos soldados cañaris del inka con los
españoles:
Fueron tantos los favores que entonces (cuando la
victoria) [en el duelo y en el cerco] y después della hizieron los españoles a
este cañari, que los de su nación se les aficionaron [y] ... se trocaron en
crueles enemigos [de los inkas] y sirvieron entonces a los españoles, y después acá les
sirven de espías, malsines [murmuradores] y verdugos contra los demás indios...
(Garcilaso, [1617]1944, Libro II, cap. XXVI, 183).
Y el autor
estudiado pasa a continuación a citar un ejemplo temprano y revelador de una
actitud «ladina» —en un sentido de doblez moral y político— pero muy hábil de
los cañari en este contexto:
... en las guerras civiles [...] los cañaris que vivían
en el Cozco (debaxo del mando de este Don Francisco Cañari) que eran muchos,
servían de espías dobles y atalayas a los del vando del rey y a los del tirano,
dividiéndose con astucia en dos partes, los unos con los del Rey y los otros
con el traidor, para que, cuando la guerra se acabasse, los cañaris del vando
vencido se guareciesen de la muerte a la sombra del
vando vencedor, diciendo que todos havían sido dél. Y
podían dissimularse bien, porque, como no tratavan ellos con los españoles
[...] sino los superiores, los demás no eran conoscidos y assí pasaban todos
por leales [...] porque los unos y los otros (como parientes) se descubrían y
avisavan de lo que pasaba en el un exército y en el otro (ídem,
183-84).
El curacazgo y
las posesiones en Yucay
Otra
medida de que su asistencia en esos años debió ser considerada notable lo es la
recompensa recibida. En efecto, Pizarro convirtió a Chilche nada menos que en kuraka
del inmenso y altamente productivo valle de Yucay, parte central y más productiva
del hoy más conocido como el «Valle Sagrado», el cual ... se llamaba entre los indios casa del dicho guaina
capa... y como es notorio... [Huayna Capac] tenia sus casas hechas en el dicho
ualle con todos los oficios de su seruiçio y despensas y depósitos en que se
encerraban los frutos de las chácaras que el dicho inga tenía... (ver cita
documental en Wachtel, ([1971]:169, nota 131)
Por
su parte, un nieto del Huayna Cápac histórico lo expresaba así: «...guayna capac
señor que fue destos reynos su aguelo deste testigo tuvo su rrecámara en el valle
de yucay...» (170, nota 133), mientras otro testigo vió que en aquel tiempo «...todos
los indios del dicho valle se llamaban del inga y que eran dos parcialidades la
una de mitimaes que quiere decir indios adueneçidos [advenedizos] e la otra de
naturales... (170, nota 134).
Pues
bien, destituyendo a Wallpa Tupac, kuraka de
tiempo de los inkas, Pizarro colocó en el puesto a Francisco Chilche («...
mandaba e mandó estos indios como curaca principal puesto por el marqués
piçarro el qual Atahualpa topa que antes lo era...», 188, nota 186).
Aunque
Pizarro y luego su hijo Gonzalo eran los
encomenderos del valle, estaban ocupados en las guerras, y ello permite a
Chilche, en palabras de Wachtel, «...construirse una especie de «feudo»... [y]
se apropia de numerosas tierras» (188).
En
efecto, cuando algunos españoles reivindican las tierras del inka
y del sol en el valle para ocuparlas, una investigación
descubre una impresionante lista de campos ocupados y hechos explotar por
Chilche, que llega a tener además para 1550 ochenta yanas
propios —irónicamente, antes todos los indios del valle
eran clasificados como yanas del
rey inka—.
Según Wachtel, él sabe manipular en las nuevas circunstancias las relaciones
con los ayllus autóctonos
y de mitmas en
una forma que las referencias rápidas de Wachtel sólo dejan adivinar —y que
merece mayor estudio— aceptando entre otras cosas mujeres y formando una vasta
clientela, siendo imitado por sus kurakas subordinados.
Ante las quejas, en 1550 cede el mando de la parcialidad de autóctonos del
valle a García Quispicapi, descendiente del kuraka de
los mismos, pero conserva el título de kuraka principal
(188-90).
El incidente de
Corpus Christi
Un
cronista tardío de la ciudad da la fecha del incidente en el cual se enfoca
este estudio, del cual fue testigo Garcilaso durante una de las fiestas del
Corpus posteriores a 1554. Habría
sucedido el 6 de junio de 1555. Aunque reinventado en sus detalles y diálogos,
permite ver mucho de la personalidad y actitud social de Chilche para esta
época. Dice al respecto Garcilaso que
Los
caciques de todo el distrito de aquella gran ciudad venían a ella a solenizar
la fiesta [de Corpus], acompañados de sus parientes y de toda la gente noble de
las provincias.[...] A lo alto del cimenterio, que está siete u ocho grados
[gradas del hastial]más alto que la plaça, subían por una escalera a adorar el
Santísimo Sacramento, en sus cuadrillas... Baxavan a la plaça por otra escalera
que estava a mano derecha del tablado... Hazían [este] tablado en el hastial de
la iglesia [actual iglesia del Triunfo, de donde se habían librado los
españoles del cerco inka] de la parte de afuera... donde ponían el Santíssimo
Sacramento... El cabildo de la iglesia se ponía a la mano derecha y el de la
ciudad a la izquierda. Tenía consigo a los Incas que havían quedado de la sangre
real, por honrarles...
(Garcilaso, [1617]1944, Libro VIII, cap. I, 186).
Continúa
Garcilaso:
Yendo
passando las cuadrillas como hemos dicho, para ir en processión, llegó la de los
Cañaris, que, aunque la provincia dellos está fuera del distrito de aquella
ciudad, van con sus andas en cuadrilla de por sí, porque hay muchos indios de
aquella nación que viven en ella, y el cuidado dellos era entonces don
Francisco Chillche Cañari... Este Don Francisco subió las gradas del cimenterio
muy disimulado, cubierto con su manta, y las manos debaxo della, con sus andas
sin ornamento de seda ni oro, mas deque ivan pintadas de diversos colores, y en
los cuatro lienços del chapitel llevava pintadas cuatro batallas de indios y
españoles (ídem, 187).
Llegando a
lo alto del cementerio, siempre según Garcilaso, se quitó la capa y quedó «en
cuerpo» con una manta ceñida «[como] se la ciñen [los indios] cuando quieren
pelear», llevando en la mano una «cabeça de indio contrahecha» —es decir,
reducida— asida de los cabellos. Debía ser la cabeza del guerrero inka
del antiguo sitio de la ciudad, que al parecer Chilche atesoraba. Con su
gesto quería no sólo ofender a los nobles inkas allí presentes, sino
probablemente también recordar a los españoles su antiguo servicio valedor de
su enaltecimiento social y su protección. Cuatro o cinco nobles inkas arremetieron
contra él, teniendo que intermediar el teniente de corregidor de la ciudad,
licenciado Monjaraz, descrito como un hombre comedido por Garcilaso. Luego de
un diálogo, reinventado por Garcilaso, pero digno de análisis en otra parte,
El
licenciado Monjaraz [...] quitó la cabeça que el Cañari llevaba en la mano, y
le mandó desceñir la manta que llevaba ceñida y que no tratase más de aquellas
cosas en público ni en secreto, so pena que lo castigaría rigurosamente (ídem, 188).
Así, la
maniobra de Chilche, llena de simbolismos, no prosperó. Según Garcilaso, que da
un apropiado final al incidente, aunque desde el punto de vista inka: «Con
esto quedaron satisfecho[s] los Incas y todos los indios de la fiesta, y todos
en común, hombres y mujeres, le llamaron «¡Auca,
auca!»...» (ídem, 188).
Sobre la narración por Garcilaso del
incidente
Antes de
continuar se debe reparar en algunos aspectos del fragmento de la fuente estudiada.
Si se acude a la narración de Garcilaso, se observará que está llena de frases y
diálogos reinventados entre los protagonistas. Esto no debe hacer desconfiar
acerca de la fiabilidad del recuerdo general de Garcilaso del suceso, sino que
él empleaba, como se sabe, los procedimientos humanistas de imitación de la
redacción histórica bajo moldes clásicos. En ellos se trataban asuntos
directamente vistos por el historiador como testigo, se introducían discursos
completos recreados por el mismo de acuerdo a reglas retóricas, y los
propósitos más inmediatos eran los de formación moral. Por ello no se analizan
aquí los discursos, sino los eventos bajo la forma en que Garcilaso fue testigo
de ellos —y muy de cerca, pues nos recuerda en el mismo pasaje que su padre era
corregidor de la ciudad en aquél momento—. Así, no se tiene por qué dudar de un
testimonio tan vívidamente narrado y que se inserta bien en lo que
se conoce
de la trayectoria de Chilche. Asunto muy distinto es la bastante comentada deformación
de ciertos aspectos de las costumbres y religión de los inka por
Garcilaso, que buscaba con ello tanto enaltecer la memoria de sus antepasados,
disimular en algo su «gentilidad» y hacerlos más semejantes al modelo romano
que encontró en los escritores antiguos que consultó y que inspiraron en buena
parte su escritura.
Sobre la celebración del Corpus
Christi
No hay
información cierta del inicio del Corpus Christi en el Cusco. El virrey Toledo dictó,
en 1572, ordenanzas para dar mayor realce a la celebración. Garcilaso de la
Vega cuenta que el jueves 1 de junio de 1554, día del Corpus Christi, antes
del amanecer, se vio en esta ciudad un cometa.
El mismo
Garcilaso narra el incidente ocurrido el jueves 6 de junio de 1555, en las solemnes
celebraciones del Corpus. Cuenta que Francisco Chilche, indio cañari: Llevaba
en la mano derecha una cabeza de indio contrahecha, asida de los cabellos.
Apenas la hubieron visto los Incas, cuando cuatro o cinco dellos arremetieron
con el Cañari, y lo levantaron en alto del suelo, para dar con él de cabeza en
tierra.
La
celebración del Corpus ya es evidente en 1555. El primer Corpus fue celebrado en
1550, casi veinte años antes de las ordenanzas de Toledo de 1570 y quince
después de la fundación española del Cusco.
Hay que recordar que, por bula papal de 1 de junio de 1537, el Corpus Christi
se incluyó en la lista de días de guardar entre los habitantes del Nuevo Mundo.
Garcilaso
de la Vega comenta que, en su época, ya desfilaban imágenes de: Nuestro Señor,
o de Nuestra Señora o de otro Santo o Santa de la devoción del español o de los
indios sus vasallo.
Continúa
el Inca:
Los
caciques de todo el distrito de aquella gran ciudad venían a ella a solemnizar
la fiesta,acompañados de sus parientes y de toda la gente noble de sus
provincias. Traían todas las galas,ornamentos e invenciones que en tiempo de
sus Reyes Incas usaban en la celebración de sus fiestas […].
Siempre
estuvo presente el propósito de ofrecer lo mejor en la procesión del Corpus Christi.
En 1733, utilizando un legado del deán doctor Francisco de Goyzueta, se
construyó un carro de plata para que saliese el Santísimo Sacramento15. El
templete de plata, colocado en un vehículo, portaba la custodia, como indica el
Inca.
Algunos otros
datos posteriores
En 1558 el
inka Sayri Tupac es hecho encomendero del valle de Yucay, que había quedado
en manos de la corona, y debió haber reivindicado todos sus derechos y haber
sido percibido como una amenaza por Chilche, porque según Garcilaso y Guaman
Poma —que también vivió en Cuzco— fue envenenado por Chilche en 1561.
Garcilaso
describe esto así:
El Don Francisco Cañari quedó tan
favorecido y tan soberbio, que se atrevió años después a matar con tósigo,
según fama pública, a don Felipe Inca, hijo de Huaina Capac... Confirmose la
fama porque después casó con la mujer del Don Felipe, que era muy hermosa, y la
tuvo más por fuerça que de grado, con amenaças y no ruegos que los aficionados
del Cañari le hizieron, con mucho agravio y quexa de los
Incas, más sufriéronlo, porque ya no
mandavan ellos» (Garcilaso,
[1617]1944, Libro VIII, cap. I, 186).
La
mencionada coya era Cusi Huarcay, hermana-esposa de veinte años de Sayri
Túpac, que había sido casada cristianamente con él en la catedral del Cuzco con
licencia especial del papa Julio III (Hemming, [1970]1982:355). Guaman Poma da también
la noticia, también mencionando la
ponzoña, y mencionando como una de las razones el resentimiento de Chilche de
ver cómo a Sayri Tupac «...le onrraua y respetaua todo el rreyno». Ahora bien,
para la mentalidad española este crimen no era un delito menor en modo alguno
—recuérdese lo sucedido a pesar de todo más tarde con el virrey Toledo— y es
bastante probable que una prisión por un año de Chilche descrita por Cobo
([1653]1956) tuviese que ver con este preciso incidente, aunque él dice que se
le liberó por falta de pruebas. Visitas de la década de los sesenta tienen
que recortar gradualmente los poderes de este kuraka. En 1571 firmó como
don Francisco Zaraunanta Chilche en las Informaciones hechas para el
virrey Toledo, calculándosele setenta y siete años (Levillier, ed., [1571]1940:99-101)
y en 1572 presentó la petición mencionada en el apartado 2 con una relación de
sus servicios, incluyendo el haber participado en la guerra contra Tupac Amaru
en Vilcabamba, como «Capitán Mayor de todos los indios de guerra».
Allí
declaró tener setentaicinco años, y obtuvo de Toledo la transferencia del
tributo de tres pesos de plata ensayada de treinta yanaconas, antes en
cabeza de Su Majestad, por todos los días de su vida (Apéndice I, ff.9v-10r
en Heffernan, 1995).
Ya ha
muerto en 1586, y su hijo Hernando Guatanaula es entonces kuraka del
valle, según un documento de venta de tierras de ese año, que la familia ya no
puede cultivar, y donde se mencionan además ocho hermanos naturales de Guatanaula.
Conclusiones
Volviendo
al incidente de Corpus en que se enfoca este análisis, se nota en primer lugar
que allí Chilche se presentó con unas andas sin ornamentos de sedas y oro —que
probablemente usaban todavía en el momento los nobles inka—, pero en las
que había hecho pintar batallas de españoles e indios. Con esto, se concluye,
quería hacer un primer recordatorio a los presentes, pero sobre todo a los
españoles, aunque en código gráfico indígena, de su temprana colaboración
bélica. En segundo lugar, cuando subió al hastial de la iglesia —la posición
más alta de la plaza, donde era visible por todos— ex profeso Chilche quedó «en
cuerpo» con la manta y extrajo la cabeza reducida. Ello era un mensaje directo
a los españoles haciendo recordar el combate que significó tanto socialmente
para él y posiblemente desanimó tanto a los inka. Pero el mensaje era
doble, resultando altamente ofensivo para la nobleza inka reconocida y a
quien se hacía participar de modo oficial en la fiesta como nobleza colonial,
cristiana y subordinada. De allí la reacción de los inkas y la enérgica
intervención del teniente de corregidor, prohibiéndole tratar más aquellas cosas
que traían problemas en la nueva situación social de la capital.
De esta
manera, todo el incidente se puede interpretar como un intento de Chilche de
remontar un gradual declive en su importancia social en el Cuzco, cerca de
veinte años de los acontecimientos que lo enaltecieron socialmente, y hacer recordar
a los españoles lo que le debían de aquellos años tempranos. No era tanto una
simple coreografía como una maniobra simbólica bastante astuta y macabra, y que
resultó fracasada.
Aunque
Wachtel llamó en su momento a Chilche «...uno de los grandes curacas, hasta
aquí desconocido, de la historia peruana...» (187) y, en efecto, llegó a ocupar
un cierto lugar en la sociedad post-conquista temprana del Cuzco, la evidencia
muestra que no logró administrar la inmensa oportunidad que las circunstancias
pusieron a su disposición, abusó demasiado de su nueva posición y bien pronto
la perdió. Su caso es difícil de comparar por lo especial y la falta de más
casos estudiados, pero ofrece un claro contraste con otro kuraka temprano
como Antonio Ninavilca, de Huarochirí, que tuvo un contacto igualmente estrecho
con los españoles y consiguió formar una relación perdurable a través de muchas
generaciones. Hasta donde podemos usar los datos disponibles sobre Chilche con
fines comparativos, me parece que su caso termina correspondiendo con otras
informaciones y denuncias sobre kurakas tempranos que, sin tener las
condiciones que el sistema tradicional de autoridad demandaba para el cargo,
eran colocados en sus puestos por los colonizadores españoles. Como no se les
ha diferenciado muy claramente hasta hoy en la literatura, he acuñado el
término de «kurakas ilegítimos» para esta categoría social andino colonial, que
tiene sentido sólo en las primeras etapas de la transformación indígena
colonial, y me he basado para el término en el concepto weberiano de dominación
legítima (por consenso social).
Sin
embargo, aunque quizá ya los cañari del Cuzco no estuviesen asociados al curacazgo
en sí del valle del Yucay, sí siguieron teniendo un rol importante en la vida
del valle, la ciudad y en muchas ciudades del interior, donde entre otras cosas
actuaron como guardia armada de los funcionarios españoles.
En su
análisis de los lienzos del Corpus Christi y de más evidencia al respecto,
Carolyn Dean halla que el cuadro final de la serie —probablemente encargado por
el personaje que aparece al centro con su hijo en el último cuarto del siglo
XVII (Fig. 1)—, retrata al probable jefe cañari del regimiento indio del
corregidor del Cuzco y al regimiento mismo de arcabuceros disparando sus armas
de fuego al cierre de la festividad (Fig.2), todos con altos penachos blancos y
en una exhibición de poder y de asociación con los españoles en franco
contrapunto con las representaciones de las parroquias encargadas por los
donantes pertenecientes a la nobleza inka (Fig.3).
Fig.1
El probable donante
cañari
del cuadro del final de la
procesión
del Corpus, el más
grande
y suntuoso de la serie
(tomado
de Dean 2002:84-85,
detalle de Lam. 21).
Fig.
2 El regimiento cañari del
corregidor
del Cuzco según C.
Dean,
en el mismo cuadro anterior
(tomado
de Dean 2002:84-85,
detalle de Lam. 21).
Fig.3
Don Carlos Guayna Capac, donante del cuadro
de
la parroquia de San Cristóbal, delante del carro
procesional
del santo patrón (tomado de Dean
2002:72, detalle de Lam. 14).
REFERENCIAS
BIBLIOGRAFICAS:
(1) Arana Bustamante, Luis Manuel. Revista de
investigaciones sociales del Vicerrectorado de la escuela de Investigación y
Postgrado de la UNMSM del Volumen 13, numero 23 (2009).
(2) Dean, Carolyn.
([1999]2002). Los cuerpos de los incas y el cuerpo de Cristo. El Corpus
Christi en el Cuzco colonial. Lima: Universidad Nacional Mayor de San
Marcos – Banco Santander Central Hispano.
(3) Esquivel y
Navía, Diego de. ([c.1748]1980). Noticias cronológicas de la gran ciudad del
Cuzco. F. Denegri Luna, H. Villanueva Urteaga, C. Gutiérrez Muñoz, eds., 2
t. Lima: Fundación Augusto N. Wiese.
(4) Garcilaso
de la Vega, Inca. ([1617]1944). Historia General del Perú. Segunda Parte de
los Comentarios Reales de los Incas. Edición de Ángel Rosenblat. Buenos
Aires: Emecé.
(5) Trujillo, Diego de. ([1571]1948) Relación
del descubrimiento del reyno del Perú. Edición de Raúl Porras Barrenechea.
Sevilla: Escuela de Estudios Hispanoamericanos.
(6) Villanueva Urteaga, Horacio. (1970).
Documentos sobre Yucay en el siglo XVI. Revista del Archivo Histórico del
Cuzco 13: 1-184.
(7) Wachtel,
Nathan. ([1971]1976). Los vencidos. Los indios del Perú frente a la
conquista española (1530-1570). Tr. de Antonio Escohotado. Madrid:Alianza
Editorial.
DATOS BIOGRAFICOS: Luis Manuel Arana Bustamante
Historiador,
nacido en Lima en 1964, es profesor ordinario en el Departamento de Historia,
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Su formación profesional fue en historia económica y social de la colonia
durante un proyecto sobre moneda colonial llevado a cabo por historiadores de
San Marcos y financiado por el Banco Central de Reserva. Entre 1990 y 1997
editó y publicó seis números de Cuadernos de Historia Numismática para ese
proyecto. Aproximadamente desde 1998 empezó a investigar en etnohistoria
andina, y empezó la carrera docente en la UNMSM. Actualmente investiga para el
Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales (IIHS) de su Facultad. Su área
de investigación y especialización es la etnohistoria andina, etnohistoria de
los incas, historia social indígena temprana colonial, la personalidad y obra
del cronista andino Felipe Guaman Poma de Ayala y desarrolla una nueva
investigación sobre la estadía de Charles Darwin en el Perú en 1835. Es autor
de un libro de etnohistoria colonial, titulado "Sin malicia
ninguna..." Transformación indígena colonial y estrategias sociales y
culturales en un kuraka ilegítimo, Huaylas, 1647-1648, que ganó un premio
nacional de la Asamblea Nacional de Rectores y fue publicado por la misma al
año siguiente, y asimismo de numerosos artículos en revistas especializadas. La
casi totalidad de su producción científica -incluyendo el libro- y CV
actualizado se encuentran a disposición en los sitios web www.academia.edu y
www.researchgate.net en archivos digitales.